El ladrillo, es el material utilizado para la construcción más antiguo fabricado por el hombre. Sigue sorprendiendo la idea de que con los elementos más básicos de la naturaleza: tierra, agua, aire y fuego, el hombre fabricó una herramienta, hace más de 11000 años, que ha llegado a nuestros días sin apenas variaciones. Desde los zigurats de las culturas mesopotámicas hasta el nacimiento de los grandes rascacielos de Manhattan, el ladrillo ha sido indispensable para la creación de hogares, templos y recintos de distinta naturaleza.
Este “paralelepípedo rectangular”, como lo denominan los diccionarios de arquitectura, es algo más que un trozo de arcilla amasada y cocida; tiene unas connotaciones específicas basadas en su singularidad y en el uso al que está destinado, al ser el elemento más simple de una construcción nos puede pasar desapercibido, pero sin él, el concepto de hogar estaría mucho más limitado, la arquitectura mudéjar o el expresionismo del ladrillo alemán, serían unos edificios comunes, corrientes y vulgares, sin nada que los diferenciara de otros. En realidad, la humildad y la versatilidad de este elemento es lo que le da su atractivo, y le hace merecedor de un profundo reconocimiento.