A solas con Salzillo
Araceli Reverte
Las capas de color sobre la que emergen las figuras de Araceli Reverte parecen representar los estratos cronológicos que acompañan la densa historia de la iglesia de Jesús, bastidores cromáticos de un teatro sacro singular donde se ha representado durante centurias la Pasión de Cristo. Nos retrotraen a las antiguas y fascinantes fotografías del siglo XIX, en las que por vez primera se reproducían las imágenes de Salzillo, dentro de un misterioso halo que nos hablaban de una singular intimidad. Araceli se adentra, A solas con Salzillo, en la atmósfera de penumbras y claridades que atesora un lugar de devoción amén de conservación de obras maestras de la Historia del Arte. Las horas que ha pasado allí, en la calma que acompaña la necesaria meditación para apresar la caprichosa transitoriedad de la sugestión artística, han conquistado del tal manera su espíritu que, fascinado, le han hecho redescubrir a otros grandes maestros del Barroco español, como es el caso de Velázquez, inspiración que encuentra en formas nítidas de anatomías y poses como el soldado de La Caída. Pero también los valores atemporales del clasicismo helenístico presentes en el Ángel de la Oración, como en los Dioscuros del Quirinal o la Victoria de Samotracia, o en el mismo San Juan con respecto al Apolo del Belvedere, de similar postura y análoga belleza y eterna juventud, como ya señalara uno de los primeros biógrafos del escultor, Luis Santiago Bado.
Nuestra pintora tenía el reto de representar una obra para la muestra 20+20. Inspirados en la Historia a celebrar en el Museo de la Ciudad de Murcia, en la conmemoración de su vigésimo aniversario. Para ello disponía de tres meses para poder sumergirse en la obra que Salzillo realizó para la Cofradía de Jesús en el siglo XVIII. Ella no dudó en elegir este vetusto lugar lleno de matices de estética y tradición para inspirarse en la historia de Murcia. La obra escogida fue la Verónica aunque ella aprovechó el momento para pintar también el resto de las imágenes que atesora el corazón del Museo Salzillo, que es la iglesia de Jesús. De ahí la cantidad de rápidos bocetos que captan el alma de las obras de arte, en lápiz o tinta, en los que hemos incluido, además, algunos de los que ella misma ha captado en la contemplación de ese museo estático que cobra vida cuando sale a la calle la mañana de Viernes Santo.
No es el color una singularidad en la pintura de Araceli Reverte, sino más bien “la línea, de apariencia enmarañada, en la que la figura parece debatirse en una intensa lucha consigo misma”, como señaló nuestro querido Pedro Soler al hablar de sus desnudos. Aquí, sin embargo, se han materializado manchas cromáticas un tanto ajenas con anterioridad en su obra, sobre las que asoman las imágenes de Salzillo en una bruma etérea que no solo reflejan las imperecederas emociones personales de la pintora y su intimista poesía, sino también los valores cromáticos que definieron la obra de Salzillo, el gran pintor de la escultura.
La pintora capta las perennes sensaciones que atrapan a los espectadores que se acercan a contemplar el Museo Salzillo. Las huellas eternas que quedan afianzadas en la memoria de los visitantes y que se manifiestan como indelebles evocaciones al pensar en la genialidad del arte del gran escultor del barroco español.
María Teresa Marín Torres